¿Quién en su sano juicio se entregaría por si solo a la esclavitud, a la pérdida de uno mismo? ¿Quién se atrevería a invertir en una empresa que sabe poco rentable?¿Quién aceptaría balas ajenas, lloraría lágrimas de otros, viviría a base de migajas? ¿Quién toleraría la insatisfacción de saberse vulnerable ante un otro?
Y sin embargo nos seguimos enamorando.
Enamorarse es un negocio muy poco ventajoso. Vivimos envueltos en una bruma de miedo: miedo al compromiso, miedo al amor, miedo a un otro, miedo a uno mismo, miedo, miedo, miedo. Miedo a engancharme mucho, miedo a no ser lo que la otra persona quiere que sea, miedo a vivir una mentira, miedo a perder posibilidades. En fin, todos cobardes.
Pero ahora bien, todos ellos, desahuciados y temerosos de los sentimientos, tienen algo de razón: ¿Por qué debería aceptar entregarme a otro, entregar hasta a veces más de lo que tengo, sabiendo que posiblemente no sea recíproco? ¿Por qué me sometería a mi mismx a tal tortura?
Y si, el desamor es una tortura.
Quizás el amor está diseñado para gente idiota. Para aquellos que no soportan la idea de vivir en soledad, de formarse enteramente de manera individual, de solo preocuparse por sí mismos. ¡Fanáticos, ineptos, ilusos creyentes del amor! Cuanta falta de pragmatismo, de practicidad.
Enamorarse es muy poco conveniente. El amor limita: limita el tiempo de trabajo, limita el tiempo productivo, limita la autonomía. Se podría entender que generaciones pasadas hayan utilizado de él por una cuestión de costumbres históricas, porque no eran tan libres como nosotros, ¡los jóvenes hijos del sistema más libre del mundo! ¡Un sistema que nos abraza y nos invita a ser tan independientes como podamos serlo! ¡A no depender de nadie más que del sistema mismo! ¿Enamorarse? ¿Compromiso? ¡Qué poco moderno! El amor es improductivo. No hay tiempo para el amor, para sufrir, para estar angustiados. Mejor es invertir ese tiempo en trabajo, en disfrute material, en gastos, en compras. Todo nuestro líbido podría estar volcado sobre una infinidad de placeres tangibles, inmediatos y mucho más rentables que el amor. El amor en términos capitalistas no sirve, no aporta.
Siendo que vivir de a uno es tan fácil y cómodo... Mecerse en el abandono y no querer huir de él. Vivir en silencio sin la espera de otra voz que suene al final de la sala. Ser seres humanos independientes, individuales y asquerosamente egoístas. Un negocio redondo. Solo un idiota no querría eso: vivir en la eterna comodidad del sillón para un cuerpo. O incluso para dos, tres, ¡seis! y ocuparlo a lo largo uno solo. Poner el pie acá y la cabeza allá. La computadora de ese lado y el control de la tele en ese otro. Modernidad física y abstracta. El sillón como metáfora del enorme mundo que podría ocupar uno solo, a lo largo y a lo ancho, sin mirar al costado y tantear que otrx esté cómodx. Sin amoldarse, carente de todo tipo de empatía. Sin pretender siquiera escuchar las quejas ajenas porque tú lado del sillón es más abarcativo que el suyo. En fin, todo un mundo de almohadones y posibilidades para disfrutar en soledad.
Entonces sí, ¿Por qué renunciar a tanto?
¿Por un poco de atención? ¿Por un café bien batido a la mañana? ¿Por una charla larga y profunda un viernes a la noche? ¿Por una misma cama, chica, tremendamente chica, compartida? ¿Por un poco de diversión, serotonina, sexo, endulzante corriente? ¿Por escuchar una canción al mismo tiempo compartiendo auriculares? ¿Por los mensajes de “buenos días/buenas noches”? ¿Por la comprensión, el cariño, el respeto mutuo, la escucha, el apoyo? ¿Por los viajes de a dos? ¿Por los silencios cómodos? ¿Por una mirada cargada de dulzura? ¿Por algo de todo eso sedería mi eterna, crónica y cómoda soledad?
Temo haber descubierto que soy una idiota...
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